Marsella, Francia: Capital del sol
Fotos: Andés Canet
Amanece un día espléndido, la luz del sol se dejaba ver a través de las cortinas anunciándonos que estábamos próximos a nuestra primera parada: Marsella. Luego de un rico desayuno, el sonido de la bocina del barco dio la señal para descender. Ansiosos tomamos nuestras cámaras de foto y salimos a recorrerla.
El crucero llego al Muelle León Garret, ubicado a 9 kilómetros del centro de la ciudad. Desde aquí tomamos un bus que ofrece la empresa de cruceros por un valor de €14 por persona, pero también existen otras opciones como taxis, remises y colectivos que por distintos valores también llegan al centro de la ciudad.
Marsella nace hace mas de 2.600 años como puerto principal de comercio marítimo, hecho que le otorga el título de “Ciudad más antigua de Francia”. Esto es apreciable en las diferentes obras arquitectónicas que posee la ciudad, sus antiguos edificios que atesoran su histórico pasado contrastando con la Marsella moderna, con reconocidas tiendas, cafés y restaurantes. Por su ubicación mediterránea y como principal ciudad portuaria, es un centro cultural a cielo abierto debido a la gran influencia de inmigrantes de diversas razas. En sus calles viven europeos, árabes, norteafricanos y habitantes de colonias francesas de ultramar que hacen el lugar multicultural y multilingüe. Durante el 2013 fue la Capital Europea de la Cultura y sede de grandes espectáculos culturales.
Reconocida mundialmente por llevar el nombre del himno francés, es también conocida por sus famosos jabones, por albergar el Castillo del Conde de Montecristo y por ser el lugar de nacimiento del prestigioso futbolista Zinedine Zidane.
El Vieux Port es el antiguo puerto y nuestro punto de partida para recorrerla. Éste es el sitio emblemático de la ciudad, rodeado de tradicionales restaurantes y cafés. Marsella es aquella ciudad que con solo oír su nombre uno ya entra en calor. Y así es, el sol de Marsella no es un leyenda y ya desde temprano pudimos comprobarlo.
Como solo teníamos unas horas y existen muchos lugares interesantes para visitar, tuvimos claro qué teníamos ver, y no intentar obsesionarnos con abarcarlo todo en pocas horas. Por eso optamos por visitar el Viejo Puerto, la basílica de Notre Dame de la Garde y el Barrio Panier.
No perdimos tiempo y partimos caminado desde el puerto hacia lo alto de la colina donde se encuentra la basílica de Notre Dame de la Garde. Normalmente la gente sube allí en bus, pero nosotros decidimos hacerlo caminando, obteniendo como ventaja el disfrutar de las calles de Marsella, sus casas, su floreados balcones y sus aromas provenientes de las distintas panaderías.
Tras treinta minutos de caminata cuesta arriba empezamos a divisar nuestro destino, una vez allí comprobamos que éste es el mejor lugar para admirar la panorámica de la ciudad ya que es el punto más alto de Marsella. Construida en 1864 con un fuerte estilo neobizantino, la basílica de Notre Dame de la Garde es considerada símbolo de la ciudad. Accedimos a su interior, donde nos sorprendieron sus preciosos mosaicos en el suelo y la imagen de plata de la “Virgen y el Niño” en el altar mayor, que protege desde lo más alto de la ciudad a todos los marineros que navegan las aguas del mediterráneo.
Tras unos minutos de descanso descendimos la colina por la Quai Rive Neuve hasta el Puerto Viejo, en el camino encontramos varias tiendas de suvenires y jabones. Aquí nos detuvimos para conocer el famoso jabón de Marsella. A pesar de que la base es la misma, los hay de diferentes aromas, colores y precios, y no pudimos controlar la tentación de llevarnos unos cuantos.
Marsella se abre al mar y su puerto viejo, abandonado y en decadencia durante años, quedó ahora integrado dentro de la ciudad formando un gran rectángulo con edificios a ambos lados. Bullicioso y colorido, sus muelles están repletos de diversas embarcaciones privadas y de turismo que llevan, entre otros lugares, a la isla de If donde se encuentra el famoso Cháteau de If del que se dice escapó el Conde de Montecristo. En cada una de sus puntas el puerto esta protegido por dos fortalezas situadas junto al mar. San Nicolás a al izquierda y San Juan a la derecha, esta última fue sede de los Caballeros de la Orden de Malta durante varios siglos.
Nos dirigimos a la famosa calle Canebière. Ésta nace en el puerto y está llena de antiguos edificios como el de la Bolsa (hoy museo de la Marina), antiguos hoteles emblemáticos (algunos convertidos en edificios bancarios o compañías de seguros), la famosa tienda Lafayette y diferentes palacios del siglo XIX que aportan elegancia a esta gran avenida.
A la hora de comer, Marsella es el lugar ideal para probar la “bullabesa”, una especialidad que debe su origen a las mujeres de los antiguos pescadores que utilizaban el pescado que sus maridos no habían logrado vender. Se trata de una gran cazuela con caldo preparada con mejillones y filetes de diferentes pescados, elaborados con tomate, vino blanco, hinojo y azafrán, servida con pan tostado y queso rayado. Éste es un plato típico que puede conseguirse fácilmente en los alrededores del puerto, pero para quienes buscan un alternativa rápida, existen un sinfín de bares y pequeños restaurantes en la zona que proponen menús al paso, que pueden acompañarse perfectamente con una cerveza bien fría. El restaurante Bout du Quai, situado en el corazón del puerto, es un ejemplo de ello. Posee una carta bien definida, con unas diez o doce opciones de entradas, otro tanto de platos principales y pastas con un promedio de precios que ronda los €17 por plato.
Continuamos hacia el norte del Puerto Viejo, para recorrer el barrio de Paine. Pasear por sus calles estrechas, empinadas, con escaleras y llenas de color resulta sumamente agradable, un barrio de pescadores que hoy refleja en sus antiguas viviendas el paso de los años. Muy cerca del Fuerte San Juan, a la orilla del mar, se levanta la Catedral, un suntuoso edificio de estilo románico–bizantino construido entre 1852 y 1893. Su interior impone respeto por sus descomunales dimensiones y por su soledad, ya que a esa hora la encontramos casi vacía.
Dimos un vuelta más por el antiguo barrio y nos dirigimos a la Rue de la Républica, una amplia y alegre avenida comercial donde se encuentran las prestigiosas tiendas de marcas exclusivas, elegantes hoteles y restaurantes boutique. Sobre la hora de nuestro embarque, nos dirigimos al puerto de cruceros para partir hacia el siguiente destino. Una vez a bordo, desde el balcón de nuestro camarote, dimos un último adiós a esta maravillosa ciudad en la que el sol brilla más que en ninguna otra.•
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